Sesgo de confirmación y despertar
El sesgo de confirmación es uno de los mecanismos de percepción más habituales, pero al mismo tiempo es uno de los que nos pasa más desapercibido. Básicamente consiste en nuestra tendencia a buscar y aceptar automáticamente la información que confirma nuestras creencias previas, mientras desechamos o ignoramos aquello que las cuestiona. En psicología se estudia como un filtro cognitivo; en la práctica del budismo Soto Zen lo reconocemos como una de las formas en que el yo se protege y refuerza su propia narrativa.
Cuando nos sentamos en zazen, no tardamos en ver cómo la mente produce pensamientos que giran siempre alrededor de lo mismo, ideas recurrentes, recuerdos que sostienen nuestra identidad, juicios que nos reafirman en lo que ya pensábamos. Esa es la voz del sesgo de confirmación, que susurra constantemente: “Yo tenía razón”, “Lo sabía”, “Así son las cosas”. Pero la práctica consiste precisamente en no seguir ese hilo, en dejar pasar lo que surge, en abrirnos a lo que es sin necesidad de encajarlo en un esquema previo.
El despertar, en este sentido, es aprender a ver la realidad sin las gafas de nuestro sesgo. No significa que la mente deje de fabricar historias, sino que empezamos a reconocer cómo lo hace. Al observar cómo la mente confirma constantemente su propia versión de la realidad, comenzamos a percibir que esa versión no es absoluta ni sólida. Y aprendemos a no confiar ciegamente en juicios de valor automáticos.
En la vida diaria esto tiene consecuencias muy concretas. En una conversación con alguien cercano, por ejemplo, nuestra mente tiende a seleccionar solo las palabras que encajan con la imagen que ya teníamos de esa persona. Si la creemos hostil, interpretaremos cualquier silencio como desprecio. Si la creemos generosa, cualquier gesto nos servirá de confirmación. Nuestra práctica de meditación nos entrena para ver cómo ese mecanismo se activa y, al reconocerlo, deja de dominar nuestra percepción. En lugar de apresurarnos a sacar conclusiones, aprendemos a dejar espacio, a escuchar sin tanta prisa, a convivir con la incertidumbre.
Un ejercicio sencillo para trabajar con el sesgo de confirmación es anotar nuestras convicciones más firmes y, después, someterlas a una especie de prueba regulatoria: ¿qué evidencias objetivas sostienen esta creencia?, ¿qué hechos la contradicen?, ¿qué pasaría si estuviera equivocado? Al hacerlo, podemos tomar clara conciencia de lo estrecho que puede llegar a ser nuestro punto de vista y se abre un espacio de flexibilidad interior.
Hoy en día, el sesgo de confirmación no se limita a nuestra mente individual. Los algoritmos de las redes sociales, los medios de comunicación , las campañas publicitarias y los partidos políticos lo explotan para mantenernos enganchados, ofreciéndonos cada vez más contenido que confirma nuestras opiniones, gustos y miedos. Así, sin darnos cuenta, entramos en un bucle en el que la información que recibimos refuerza nuestras creencias iniciales, polarizando nuestra visión del mundo. Desde la perspectiva budista, esto significa que nuestras tendencias kármikas se ven amplificadas: si cultivamos el miedo, se nos mostrará más miedo; si cultivamos la ira, encontraremos más motivos para enfadarnos; si nos aferramos a la seguridad de “tener razón”, siempre habrá un vídeo, un comentario o una noticia que lo confirme. La práctica del zen, en cambio, apunta en la dirección opuesta: en lugar de ser arrastrados hacia los extremos, nos ayuda a regresar al centro, a la experiencia directa, al silencio que no necesita reforzarse con nada.
Ahora bien, conviene recordar que zazen no es una panacea. Aunque practiquemos con honestidad, el sesgo de confirmación se nos puede colar en nuestra percepción inconscientemente. Por eso es valioso contar con otros medios que nos ayuden a contrarrestarlo. La lectura crítica, el diálogo sincero con otras personas, la sangha de practicantes, el estudio del Dharma, la orientación de un maestro o maestra, e incluso la psicoterapia en ciertos casos, pueden funcionar como espejos que ponen en evidencia nuestras zonas ciegas. La práctica no consiste en aferrarse solo a una técnica, sino en cultivar una vida entera que se abra al discernimiento y a la compasión.
La meditación profundiza esta práctica porque nos ayuda a tomar conciencia de que esas convicciones forman parte de nuestra historia personal, de nuestro bagaje y de nuestras tendencias kármicas. No se trata de rechazarlas ni de negarlas, sino de reconocerlas como lo que son: construcciones de la mente. Al verlas así, poco a poco nos vamos desidentificando. Ya no necesitamos que nuestras creencias nos definan por completo; dejan de ser muros inamovibles y se convierten en ventanas por las que entra el aire fresco. Naturalmente esto nos hace más libres de nuestros condicionamientos, este es el fruto de la práctica.
El Buda lo expresó así:
Monjes, así como el poderoso océano tiene un solo sabor, el sabor de la sal, del mismo modo, monjes, este dhamma tiene solo un sabor, el sabor de la libertad.[1]
Con la práctica perseverante, los sesgos de percepción se van desactivando poco a poco. Es cierto que nunca desaparecen del todo —seguimos siendo humanos—, pero dejan de ser el filtro principal a través del cual nos relacionamos con el mundo. Al volvernos transparentes a estos mecanismos, se abre en nosotros una mirada más libre, más amplia y más compasiva. Es ahí donde la práctica revela toda su profundidad: en la posibilidad de vivir sin aferrarnos a la certeza de “tener razón”, con la humildad y la honestidad de reconocer cuando hemos caído en un sesgo y actuar en consecuencia.
Ese es, en última instancia, el verdadero regalo de la práctica: descubrir que el mundo es más amplio que nuestras convicciones, más vasto que nuestros filtros, más fresco que cualquier relato.
[1]: F. L. Woodward, traductor, The Minor Anthologies of The Pali Canon, part ii, Udana: Verses of Uplift and Itivuttaka: As it Was Said, Oxford University Press, Londres, 1948, p. 65
Daizan Soriano