La sabiduría del corazón despierto
La confianza es una de las cualidades más profundas del corazón humano. Sin ella, la vida se vuelve una defensa constante pero con ella, se abre la posibilidad de una existencia plena, sin miedo ni control. Pero en el camino espiritual es necesario distinguir entre la confianza incondicional, que surge de la comprensión profunda de la realidad, y el buenismo, que es una forma de ingenuidad disfrazada de bondad. Esta diferencia no es un matiz intelectual, sino una cuestión vital ya que de ella depende que nuestra práctica sea auténtica o una ilusión amable.
Confiar de manera incondicional no significa creer ciegamente ni cerrar los ojos ante lo que duele. Significa abrirse plenamente a la vida tal como es, sin exigir que se adapte a nuestras expectativas. Esta confianza nace cuando dejamos de identificarnos con el miedo y la inseguridad que provienen del ego. Es una confianza que no depende de las circunstancias ni de la conducta de otras personas, sino que surge de la experiencia directa de la interdependencia desde la cual nada está separado, nada ocurre fuera del gran tejido de la existencia.
Cuando nos sentamos en zazen con la actitud adecuada estamos practicando precisamente esa confianza. No se trata de creer que todo «saldrá bien», sino de experimentar que la realidad misma ya es suficiente. El simple acto de permanecer sentadas en silencio, respirando, permite que la mente deje de exigir garantías y se reconcilie con el fluir de la vida. Esa reconciliación es el corazón de la confianza incondicional. A veces, esta confianza se despierta de manera natural en momentos de pérdida o de incertidumbre. Cuando todo lo que dábamos por seguro se desmorona, aparece una comprensión más honda, incluso en medio del caos, la vida sigue fluyendo. Descubrimos que no necesitamos sostener el universo sino que más bien somos sostenidos por él. Esa es la confianza que no depende de que las cosas vayan bien, porque no está basada en el control, sino en la entrega lúcida.[^1]
El buenismo, en cambio, se presenta como una máscara de bondad universal. Es el intento de mantener una apariencia de serenidad y de paz, aunque por dentro haya confusión o miedo. El buenismo busca agradar, evitar el conflicto y mantener la ilusión de que «todo está bien», incluso cuando hay sufrimiento o injusticia. Es una actitud comprensible pero cuando se convierte en hábito puede alejarnos de la verdad y una forma de huir automática. El buenismo confunde aceptación con resignación, y compasión con complacencia. Al negar el conflicto o el dolor, deja de haber transformación real. Si en la sangha, en la familia o en el trabajo tratamos de quedar bien con todos evitando nombrar lo que duele o lo que no funciona, el resultado no es la paz, sino una tensión silenciosa. La armonía verdadera no nace de evitar el conflicto, sino de atravesarlo con conciencia y respeto.
En la práctica del zen, esto se manifiesta cuando usamos zazen como refugio emocional, buscando calma o bienestar, en lugar de practicar el estado de presencia despierta ante lo que realmente somos. El buenismo puede transformar la práctica en una forma de evasión espiritual si nos sentamos para sentirnos mejores, pero no para ver de verdad. En ese sentido, el buenismo no es una expresión de confianza, sino una forma sutil de miedo al dolor y al cambio.[^2]
La confianza incondicional no nos vuelve ingenuos ni vulnerables a la manipulación. Al contrario, nos vuelve libres, porque deja de ser necesario protegernos de todo. Confiar no es «dejar que todo pase» sin discernimiento, sino mirar con claridad y actuar desde la compasión, no desde el miedo.
Imagina que alguien en la sangha o en tu entorno actúa de forma dañina. El buenismo tendería a justificarlo con frases como «seguro que no lo hizo con mala intención» o «hay que tener paciencia», evitando afrontar la situación. La confianza incondicional, en cambio, permite reconocer el daño y actuar con firmeza, sin odio ni juicio, pero con responsabilidad. Esa confianza descansa en la comprensión de que incluso las acciones equivocadas son parte de un proceso de aprendizaje que incluye a todas las personas. Confiar no significa bajar la guardia, sino abrir el corazón sin cerrar los ojos. La ingenuidad ciega nos lleva a sufrir innecesariamente y la confianza lúcida nos enseña a vivir con apertura, sin exigir certezas.
En la vida cotidiana, la confianza incondicional se cultiva en los pequeños gestos. Es levantarse por la mañana y hacer lo que hay que hacer, sin dramatizar. Es seguir adelante cuando el futuro es incierto. Es cuidar de otras personas sin necesidad de garantías de reciprocidad. Es vivir sabiendo que no podemos controlar el resultado, pero sí podemos estar presentes. Cuando practicamos zazen día tras día, aunque la mente se resista, estamos entrenando precisamente esa confianza. En cada respiración, renunciamos a la expectativa de un “yo” que medita bien o mal. En ese instante, la práctica se convierte en expresión pura de confianza. Del mismo modo, cuando escuchamos a alguien sin juzgar ni interrumpir, estamos cultivando esa misma cualidad. Escuchar sin querer corregir o convencer es una forma de confiar en la sabiduría que también habita en la otra persona.
La confianza incondicional no es una emoción pasajera, es lo contrario del control, del cálculo y del miedo a perder. Desde esta confianza, las cosas se hacen con naturalidad, sin tensión.[^3]
El buenismo puede infiltrarse de formas muy sutiles. Puede disfrazarse de compasión o de humildad, pero en el fondo sigue buscando reconocimiento o seguridad. Es el deseo de ser vistos como «buenas personas» o como practicantes «espirituales». Pero esta necesidad de aprobación mantiene viva la dualidad entre «yo» y «las demás personas», entre «lo bueno» y «lo malo».
Cuando el buenismo domina, la práctica se vuelve artificial. Se busca una paz que excluye la ira, un amor que niega la tristeza, una espiritualidad que huye del cuerpo y de la tierra. El resultado es un equilibrio falso, como una máscara que tarde o temprano se agrieta. La confianza incondicional, en cambio, abraza también la sombra. Reconoce la ira, la tristeza, el deseo o la confusión como partes del mismo camino. No trata de eliminarlos, sino de verlos con claridad y comprensión. Desde esta mirada, incluso las emociones difíciles se convierten en maestras.
El mundo actual parece diseñado para destruir la confianza: información contradictoria, desconfianza social, miedo al futuro. La mente condicionada por el sesgo de negatividad tiende a fijarse más en lo que amenaza que en lo que sostiene. Practicar confianza incondicional es, en este contexto, un acto profundamente subversivo. No se trata de negar los problemas, sino de no permitir que el miedo determine nuestras decisiones. En medio de la crisis, la enfermedad o la pérdida, podemos seguir practicando, seguir sirviendo a las demás personas. Esa es la confianza que transforma el miedo en presencia.
A veces, la confianza se manifiesta en algo tan sencillo como seguir viniendo al dojo cuando todo parece inútil. O en mantener viva la práctica cuando la mente dice «no sirve para nada». En esos momentos, no confiamos porque estemos seguros, sino porque sabemos que no hay otro lugar donde estar.[^4]
Confiar incondicionalmente es vivir desde la autenticidad, desde nuestra auténtica naturaleza original. No es una idea ni una técnica, es mirar con ojos abiertos la impermanencia, es caminar sabiendo que cada paso es incierto, pero seguir caminando. Esta confianza no puede fabricarse, simplemente surge cuando dejamos de resistirnos. Cuando ya no necesitamos que la vida sea distinta, el corazón se abre de manera natural. En ese instante, comprendemos que no estamos solas y que somos uno con el universo entero.
El buenismo, en cambio, busca fabricar esa sensación. Intenta forzar la paz y la bondad como una obligación moral o como una fachada. Pero la auténtica paz no puede impostarse. Aparece cuando cesa la lucha por ser alguien, cuando descansamos en la sencillez de ser lo que realmente somos.
Por eso zazen no es una práctica para mejorar o evolucinar, sino que es un medio hábil para recordar lo que ya somos: una expresión completa de la vida, sin nada que añadir ni que quitar.[^5]
La confianza incondicional no excluye el discernimiento. De hecho, lo potencia. Cuando dejamos de actuar movidos por el miedo o la búsqueda de aprobación, nuestras decisiones se vuelven más claras. Aprendemos a decir no sin odio, a poner límites sin cerrarnos, a amar sin poseer. El buenismo confunde amor con complacencia; la confianza incondicional comprende que el amor verdadero también puede decir basta.
En la sangha, en la familia o en la sociedad, esta confianza lúcida se manifiesta como una presencia firme y serena. No necesitamos imponernos ni justificarnos, simplemente actuamos desde lo que sentimos verdadero. Esa naturalidad inspira más que mil discursos. Confiar incondicionalmente no es mirar el mundo con optimismo, sino con realismo, es decir, ver las cosas como son y responder desde la autenticidad.
Por tanto, la confianza incondicional y el buenismo representan dos maneras muy distintas de relacionarnos con la vida. El buenismo quiere que todo encaje, que todo sea amable, y para ello se aferra a una idea idealizada de la bondad. La confianza incondicional, en cambio, abraza la totalidad, con sus luces y sus sombras. Allí donde el buenismo niega, la confianza integra. Allí donde el buenismo teme, la confianza se entrega. Allí donde el buenismo busca aprobación, la confianza descansa en la realidad misma.
Practicar confianza incondicional es caminar con los ojos abiertos, sin certezas, pero con el corazón despierto. Es vivir sabiendo que la vida, con todos sus matices, ya es digna de confianza. No porque sea perfecta según nuestro juicio, sino porque no podría ser de otra manera. Cuando esta comprensión se encarna, cuando respiramos desde ella, descubrimos que la bondad auténtica no necesita fingir. Surge sola, como la luz del alba que se filtra al amanecer después de una larga noche.
[^1]: En la tradición zen, esta actitud se relaciona con el término japonés shinjin datsuraku («abandonar cuerpo y mente»), que expresa la rendición total al momento presente.
[^2]: En la literatura budista moderna, este fenómeno se conoce como spiritual bypassing (evasión espiritual): usar prácticas espirituales para evitar enfrentar heridas o conflictos internos.
[^3]: Dōgen enseñó que «la práctica misma es la iluminación». Confiar incondicionalmente en la práctica es reconocer que no hay nada fuera del instante presente que alcanzar.
[^4]: Dōgen, Shōbōgenzō – Genjōkōan: «Estudiar el camino es estudiarse a sí mismo; estudiarse a sí mismo es olvidarse de sí mismo».
[^5]: En el zen se dice que la mente original es como el cielo: las nubes van y vienen, pero el cielo nunca se altera. Confiar incondicionalmente es reconocer ese cielo en medio de las tormentas.
Daizan Soriano